FOBIAS METEOROLÓGICAS.
Entrevista a Inés González Carballo, Psicóloga Sanitaria, para el Magazine semanal de La Vanguardia, sección de Neurociencias.
¿Qué fobias meteorológicas son las más comunes?
Las fobias meteorológicas son un subtipo específico de fobias de carácter ambiental. Existen decenas de fobias meteorológicas, tantas como posibilidades nos da la propia naturaleza.
La más común de todas es la Brontofobia o miedo a los truenos (también asociada a relámpagos y tormentas en algunos casos). Aunque las personas que padecen esta fobia son conscientes de que los truenos no suponen un peligro contra su integridad física, aun así son incapaces de hacer una vida normal cuando se anuncia tormenta y se obsesionan comprobando constantemente el pronóstico meteorológico llegando a no salir de casa cuando llueve o simplemente por el hecho de ver nubes negras (posible anticipo de tormentas y truenos subsiguientes).
Otra de las fobias meteorológicas más comunes es la Lilapsofobia o miedo a los huracanes/tornados. Si bien un cierto temor o miedo ante la posibilidad de que ocurra un huracán es normal -sobre todo en zonas propensas-, las personas con esta fobia temen constantemente dicha posibilidad hasta el punto de ver afectada su vida, llegando a condicionar su lugar de residencia, su destino vacacional o incluso imposibilitando algo tan sencillo como que caiga en sus manos la foto de un tornado o ver una película donde pueda mostrarse la escena de un huracán. Todo esto incluso viviendo en lugares sin riesgo para este tipo de fenómenos.
Otras fobias meteorológicas son: anemofobia (temor al viento o a las corrientes de aire); aurorafobia (miedo a las auroras boreales); eosofobia (miedo al amanecer); fotofobia (término que aparte de significar una intolerancia a la luz, puede designar también el miedo a la misma); heliofobia (miedo al sol); hidrofobia (miedo al agua); nebulafobia (miedo a la niebla); meteorofobia (miedo a los meteoritos); nephofobia (miedo a las nubes); ombrofobia (miedo a la lluvia); ouranofobia (miedo al cielo); psicrofobia (miedo al frío); quionofobia (miedo a la nieve), etc. La lista es larga y, aunque aquí aparecen citadas algunas de las principales fobias meteorológicas, existen muchas más.
No puedo dejar de mencionar la Nictofobia o miedo a la noche/oscuridad pues, aun no teniendo carácter meteorológico sino puramente ambiental, es la fobia más frecuente en la infancia (hasta el punto de considerarse normal, fruto del periodo evolutivo, en las edades comprendidas entre los 2 y los 7 años).
Lógicamente no todas las fobias resultan igual de incapacitantes. Por ejemplo, la Aurorafobia en lugares donde no se producen auroras boreales es insignificante, casi anecdótica para la persona afectada, sin embargo la Hidrofobia en lugares costeros/de playa o la Heliofobia en climas cálidos pueden llegar a ser sumamente comprometedoras para algunas personas, llegando, en los casos más extremos, a evitar ducharse para entrar en contacto con el agua o salir de casa de día durante las horas de luz, respectivamente.
¿Cuál es su origen? ¿Todas las fobias tienen la misma causa?
El origen de las fobias va de la mano del posicionamiento teórico que asumamos ante ellas. En líneas generales podemos decir que la persona fóbica presenta una cierta predisposición biológica (transmitida o no) que le confiere una mayor tendencia o vulnerabilidad a desarrollarla. Por otro lado, suele existir un elemento precipitante que desencadena el miedo intenso. Este elemento bien puede ser una experiencia directa y aversiva con el estímulo fóbico (que en un origen sería un estímulo de carácter neutro e inocuo para la persona pero que quedaría asociado de forma condicionada llegándose a convertir en elemento fóbico), o bien una experiencia mediada (transmisión u observación vicaria). La fobia, una vez generada, quedaría mantenida por reforzamiento positivo y negativo pero, sobre todo, quedaría perpetuada por la función que cumple (una función que pertenece al plano simbólico y que no es accesible a la conciencia de la persona).
En cualquier caso, independientemente del elemento que precipite y mantenga la fobia, ésta viene a ser la represión de un miedo. Miedo que, por ser intolerable para la persona, queda reprimido y enterrado. La única forma que tiene de salir a la luz es siendo disfrazado con contenidos vinculados de forma más apta para su expresión. Por este motivo, la manera en la que la fobia da la cara no es tan importante como el hecho de la fobia en sí. Aquí los procesos de catexia, descatexia y contracatexia hacen su labor…
¿Has tenido casos en tu consulta? ¿Cuál es la terapia a seguir?
Los casos aislados de fobia específica de tipo meteorológico (carácter/subtipo ambiental) son poco frecuentes como diagnóstico principal. La fobia específica es el trastorno de ansiedad más concurrente como diagnóstico secundario y, como diagnóstico principal, es el que menos diagnósticos secundarios posee (esto es congruente con la asunción de que las fobias específicas son las que implican menor grado de gravedad clínica -patrón inverso al TAG o Trastorno de Ansiedad Generalizada-).
En la línea de lo expuesto, los casos que he tratado se han presentado fundamentalmente dentro de otra patología previa, es decir, el paciente acude a consulta por otro problema más incapacitante y, además, lleva asociado algún tipo de fobia como diagnóstico secundario.
Los casos de diagnóstico único de fobia meteorológica (fobia monosintomática) han sido, hasta la fecha, menos incapacitantes y más fáciles de abordar en el sentido de requerir menos sesiones pues la problemática en cuestión está más acotada y la reelaboración de su origen más simplificada.
Mi modelo de intervención sigue una secuencia que da cabida tanto al tratamiento de la fobia misma como a su génesis o conflicto subyacente generador. El programa de actuación se lleva a cabo mediante técnicas encuadradas dentro de la Terapia Cognitivo-Conducto (TCC). Los componentes de exposición en vivo, práctica reforzada y modelado participante son cruciales a la hora de valorar unos resultados efectivos. Esto permite, en relativamente pocas sesiones, generar un cambio y revertir la fobia a nivel de pensamiento, conducta y emoción. No obstante, desde mi punto de vista resulta tanto o más importante iniciar un proceso en paralelo que permita comprender y llegar a conocer tanto la génesis como el desarrollo de la fobia para poder abordar la
misma desde un punto de vista más profundo, dando cabida a una reelaboración del pasado en conflicto. Aquí entran en juego constructos ya desvinculados de la TCC y que, más en consonancia con una línea dinámica y psicoanalítica, posibilitan una verdadera reelaboración de la génesis fóbica y una resolución auténtica del conflicto.
¿Por qué crees que todos, en general, le damos tanta importancia al tiempo? (nuestras decisiones y acciones muchas veces están condicionadas por el parte meteorológico)
El tiempo atmosférico es algo que nos acompaña día a día. Queramos o no saber de él, está ahí, basta con abrir la ventana y notar la sensación que nos produce en nuestros sentidos. Somos seres naturales y seres sociales, nos relacionamos en nuestro medio, un medio sujeto a la meteorología, por lo tanto intentar predecir sus efectos nos ayuda a elegir/anteponer/rechazar/posponer ciertos planes para así adecuarles a las peculiaridades del clima que necesitamos llevándoles a cabo. Sin embargo, yendo más allá del funcionalismo y pragmatismo climático, no es menos importante destacar la importancia que le damos de forma independiente a los planes que hacemos. ¿Por qué? Tenemos la necesidad de controlar aquello que se escapa de nuestras manos y, el tiempo meteorológico, es una de esas cosas (tantas cosas!) fuera de nuestro control que, ante la incertidumbre producida por su anticipado desconocimiento, intentamos hacer cábalas y recurrir a indicios que nos marquen la meteorología próxima. Esa necesidad no es la necesidad de predecir el clima sino la necesidad de mantener bajo control lo que se nos escapa, una falta de tolerancia a la ambigüedad, una negativa a la incertidumbre y un requerimiento autoimpuesto de manejarnos con certezas. Muchas personas rechazan lo incierto y la meteorología no se libra de ello.
Según la biometeorología, cuando llega un cambio brusco de temperatura o hace mal tiempo, se dan más casos de depresión, ansiedad, etc. ¿Tú notas que cuando lleva el invierno, por ejemplo, tienes más clientes en tu consulta? ¿Nos influye la luz y el tiempo en el estado de ánimo, según tu experiencia?
Como seres biológicos que somos no podemos mantenernos al margen del resto de elementos naturales que caracterizan nuestro medio. Existen fenómenos meteorológicos que afectan e influyen en nosotros, de ahí un nuevo término que está empezando a popularizarse, el de “meteosensible”, para referirse a aquellas personas que tienen una hipersensibilidad organísmica ante fenómenos atmosféricos. Sin embargo, más allá de este reciente y poco validado término, hay una realidad: existen factores ambientales que nos perjudican anímicamente y emocionalmente. Entre estos podríamos destacar las horas (o días) previos a la lluvia, el fuerte viento, el calor excesivo, las bajas presiones o las olas de frío. Estos fenómenos atmosféricos no afectan solo a nuestro cuerpo (alterando determinados procesos orgánicos) sino también a nuestro ánimo elevando la irritabilidad, desánimo (incluso favoreciendo rasgos depresivos latentes), apatía, desgana, etc. Pero no digo nada nuevo, es un hecho constatado y científicamente investigado.
En principio, las épocas más propicias para que la sintomatología de una persona (ya predispuesta) dé la cara y se manifieste un trastorno es en los meses de primavera y otoño, sin embargo, hay problemas psicopatológicos que no tienen estación (la mayoría) y hay que entender la influencia nunca como generadora sino como mera mediadora o moduladora de la aparición o empeoramiento clínico. Aun así cada época estacional no es meramente una “estación” es una serie de acontecimientos sociales vinculados a esa época (vacaciones estivales, inicio escolar, fiestas navideñas, etc.) que tienen lugar con carácter anual y con mayor peso que la climatología bajo la que ocurren (véase cómo en verano se producen un mayor número de rupturas de pareja debido a la paradójica circunstancia de pasar más tiempo juntos -24 horas en vacaciones-. Esto incrementa la demanda de terapias de pareja a pesar de encontrarnos en un clima aparentemente tan “favorable”).
También es importante destacar que los pacientes no suelen acudir cuando empiezan a estar mal, más bien el patrón responde a solicitar tratamiento psicológico tras varios meses o incluso años desde el inicio del problema, lo que complica el hecho de valorar hasta qué punto las estaciones incrementan o no la aparición de diferentes trastornos. Siendo cautos, es mejor establecer una casuística relacionada con el número de demandas en consulta, no con el número de apariciones sindrómicas.
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